El pánico al ataque

Ataque de pánico
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Nota: Los datos sensibles fueron alterados a fin de preservar el anonimato del sujeto.  

Cuando el pánico irrumpe. Un recorte clínico

Los síntomas mayormente conocidos ligados al ataque de pánico se relacionan al temor y a la ansiedad intensa, sobrevenidos repentinamente y en un breve período de tiempo. El recorte clínico a continuación nos introduce a la comprensión del problema. Sara acude al consultorio acompañada por su padre. Sufre hace cinco años de bulimia pero en esta ocasión decide pedir ayuda porque también se han presentado hace dos semanas, “ataques de pánico”. La primera crisis sobreviene en un concierto luego de permanecer al sol durante horas, adjudicando a este momento la causa del ataque. Dice haber padecido falta de aire, temblores, hormigueos en los brazos, palpitaciones, nudo en la garganta, sudoración y agitación, por lo que es llevada a enfermería. Desde el punto de vista subjetivo, se siente perdida y aterrorizada, con una sensación de vacío que no sabe explicar. En los días sucesivos evita salir de su casa por temor a un peligro inminente no identificado que asocia a la muerte. A causa de ello reduce drásticamente las reuniones con amigos, los encuentros con su novio, no concurre al trabajo y ya no usa el auto. Explica: “Tengo miedo de tener miedo, miedo a estar enferma y de no poder controlar el estar enferma. Es como si no confiara en mí. Necesito que alguien esté allí… mi mamá”.

Pánico del pánico. El dios Pan

Las personas que sufren ataques de pánico vivencian un miedo extremadamente intenso que aparece de forma intempestiva, por lo general en situaciones aparentemente inofensivas. La primera vez marca al sujeto, quien intenta poner en práctica una serie de mecanismos para evitar aquello que identifica sin bases ni fundamentos, como la causa del pánico. Los espacios abiertos y las situaciones inciertas suelen transformarse en algo hostil, como también el encontrarse solo o con gente desconocida. La evasión del posible ataque de pánico se convierte en un objetivo fundamental. La palabra pánico data del s. XVII y proviene del griego panikón. Significa “terror causado por el dios Pan”. A esta divinidad silvestre se le atribuían ruidos misteriosos oídos en montes y valles que provocaban terror masivo en rebaños y manadas. Como deidad, Pan representa la naturaleza de lo salvaje, de consecuencia también se le imputa la generación del miedo arrebatador. En el caso precedente, Sara describe la sensación de temor por algo que no logra identificar ni controlar. Ese temor desmedido provocado por lo misterioso que la invade es sentido como externo e interno al mismo tiempo y acompañado de manifestaciones sintomáticas agudas vivenciadas en el cuerpo. La sensación de incertidumbre y la falta de control de lo corporal conducen a una auto-reclusión y a la delimitación de un espacio virtual percibido como imposible de traspasar. 

Perder la cabeza

Freud trató el fenómeno del pánico solo dos veces a lo largo de toda su obra. Una de ellas fue en su artículo Psicología de las masas (1993), en particular, respecto a las consecuencias de la pérdida del conductor. El desencadenamiento del pánico observado en las tropas militares se produce cuando los lazos libidinales recíprocos entre sus integrantes, se desarticulan. En ese momento la ausencia del jefe resulta crucial. Ya no hay quien conduzca, no existen órdenes a seguir. Inmediatamente después se libera una gran angustia en los sujetos. El peligro no es el culpable ya que resulta ser el mismo antes y después de desatado el fenómeno. Justamente corresponde a la naturaleza del pánico la no relación con el riesgo, sea éste real o supuesto. Para ilustrarlo, Freud cita el relato de Nestroy en su parodia del drama entre Judith y Holofernes, de Hebbel. Al grito de: “El jefe ha perdido la cabeza” todos los asirios emprenden la fuga sin que el factor desencadenante sea el aumento del peligro. Basta la pérdida del jefe -en cualquier sentido- para que surja el pánico. En el caso de Sara, alguien representativo para ella “debe” estar ahí como garante. Necesita ser acompañada a cada sitio, generalmente por la madre. Entonces, ¿qué relación puede pensarse entre el pánico desatado en la masa a causa de la pérdida del jefe, de la cabeza, y lo que sucede en la clínica de la contemporaneidad con respecto a este síntoma?

El desborde en el cuerpo

En el “todo cuerpo” de la crisis de pánico, la persona pierde los lazos con un mundo simbólico que la ratifica como sujeto. Para Lacan “la ansiedad tal y como nosotros la conocemos tiene siempre conexión con una pérdida”. En la experiencia del pánico la alteridad es cancelada. El sujeto coincide consigo mismo en una especie de autorreferencia absoluta en la que es pànicoreducido a su propio cuerpo. El enlace al Otro simbólico queda suspendido. Por ello las personas que padecen este tipo de sintomatología generalmente manifiestan la necesidad de ser acompañadas por alguien significativo para ellas. Una estrategia que tiene como finalidad reducir la angustia que comporta la sensación de pérdida de los lazos con el Otro. La angustia es un afecto que localiza algo en el cuerpo. Una señal de alarma que alerta cuando el ser es tomado como objeto de la pulsión. En el caso del pánico, el sujeto ya no está articulado al campo del Otro. 

El eje de la angustia y el temor a la muerte

La angustia parece ceñirse a una especie de eje central en el que convergen las manifestaciones sintomáticas más relevantes, en una suerte de sucesión que suele ir desde la parte superior del cuerpo e incluir, la mayoría de las veces, hasta los pies. Entre los diferentes síntomas se registran mareos, sensación de extrañamiento, vista nublada, dificultades para respirar, sequedad en la boca, nudo en la garganta, palpitaciones, esófago contraído, dolores estomacales, problemas intestinales, además de la sensación de  inmovilidad, de sentirse atornillado al suelo. La crisis de angustia se diferencia del fenómeno del pánico porque en este último se añade además, el temor a la muerte. Cuando se habla de pulsión de muerte en términos psicoanalíticos, se la considera perteneciente al registro de lo Real, por consiguiente ésta puede ser pensada solo en relación al soporte somático, es decir, al cuerpo. (Lacan, 2006). Las pulsiones “son” en relación a un cuerpo y esto no es simple en ningún ser humano. En general se ignoran gran cantidad de cuestiones al respecto, de ahí que la indeterminación de la propia imagen no deje de suscitar afectos. En consecuencia, lo psíquico se manifiesta y el psicoanálisis logra implementar su práctica.

El contrataque significante

El ser humano nos sitúa en un campo disímil al de las ciencias naturales, es decir, no se trata únicamente del cuerpo en su inmanencia, aquello que entendemos en medicina como materia viviente. Cada síntoma referido por la persona está en relación a un cuerpo atravesado por el lenguaje. El sujeto se vale de él para relatar el sin sentido de su malestar. De esta manera la persona que sufre utiliza la palabra y el juego significante que ella alberga. El discurso del sujeto es alojado por el psicoanalista, no para rotular o describir un padecer e informar al paciente “de qué se trata”, sino para instalar un vacío operativo que permita un trabajo analítico, o sea, un decir inédito que consienta al sujeto salir de la urgencia de la angustia y sostenerse de otra manera en su vida.
  • Autor: Lic. Rosana Alvarez Mullner
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
  1. Freud, S. (1993), Más allá del principio del placer, Psicología de las masas, análisis del yo y otras obras, vol. XVIII (1920-22), Argentina, ed. Amorrortu.
  2. Lacan, J. (1995), Las psicosis, Seminario III (1955-56), Argentina, ed. Paidós.
  3. Lacan, J. (2006), El sinthome, Seminario XXIII (1975-76) Argentina, ed. Paidós.