Eduqué a los dos iguales

Los dos iguales

Un tarde, durante un viaje en autobús, asistí a una escena en la que un niño de aproximadamente tres años lloraba desconsoladamente revolcándose en el suelo entre las piernas de su madre. “Eduqué a los dos iguales” me dijo la  mamá de Mario como buscando una suerte de solidaridad o justificación. Ella viajaba además con Hernán, su otro hijo de nueve años y con su propia madre, la abuela los niños. Ante la incomodidad de la situación inició a explicarme que el comportamiento del menor se repetía ante cualquier “no” pronunciado por ella y cada vez que se alejaba por algún motivo, inclusive cuando debía ir al baño. Mario, que tenía intenciones de caminar libremente dentro del transporte, luego de la negativa inició a llorar a gritos. En una breve charla la madre hizo hincapié en la educación igualitaria proporcionada a ambos hijos. No se explicaba porqué el mayor era obediente y calmado mientras que el otro se mostraba incapaz de aceptar los límites. Pregunté con quién dormía Mario: “Conmigo. Eduqué a los dos iguales”, repitió. En ese momento noto los grandes tatuajes en los brazos de la madre. En uno de ellos se leía el nombre del hijo mayor. Le pregunté entonces por el del menor, a lo que respondió de no tenerlo. 

Un lugar en el deseo

Cada vez que surge un conflicto o alguna diferencia fundamental en el comportamiento de los hermanos, en apariencia inmotivada y trabajosa para los padres, éstos aducen trato igualitario hacia ambos lo cual debería, según su visión, allanar diferencias significativas. Comprar a los hijos los mismos juguetes o llevarlos a los mismos sitios de diversión efectivamente puede cumplir la función de alejar al genitor de la culpa experimentada ya que, aunque no resulte evidente, el lugar ocupado por cada hijo en el deseo paterno y materno nunca es idéntico. De hecho, para que el pequeño sujeto pueda formarse es necesario que se constituya un lugar en el Otro, es decir, en la relación madre-hijo o de éste con quien ocupe la función de acudimiento deben ocurrir una serie de movimientos. En Nota sobre el niño se afirma que: 

la familia conyugal mantiene (…) la irreductibilidad de una transmisión que es de un orden diferente a la transmisión de la vida basada en la satisfacción de las necesidades. De hecho es una constitución subjetiva ya que implica la relación de un deseo que no es anónimo (Lacan, 2013).

Esto significa que el advenimiento al propio ser es alcanzado de diferentes maneras. Dicho acontecimiento permite que el niño no se sienta amenazado o frente a la posibilidad de desaparecer, incluso pensar que es devorado por el Otro. Muchas veces la oposición que se manifiesta en el comportamiento infantil es interpretada como capricho o mal carácter, cuando en verdad podría estar relacionada a una dificultad de separación y constitución subjetiva. ¿Qué significa esto?

Educación e identificación  

Además de la acción educativa en sí –uno de las tres tareas imposibles, como ya lo había expresado Freud- hacerlo del mismo modo con dos sujetos diferentes es una operación que resulta aún más improbable. Por otra parte la formación de un sujeto no se basa en la reciprocidad. Entre la madre y el niño se pone en marcha un proceso circular, asimétrico, que excluye tal correspondencia. Esto quiere decir que no se puede pensar en términos de causa-efecto para el avenimiento del ser, el cual va más allá de la educación. Los dos igualesAunque se crea imaginariamente que se les procura un tratamiento idéntico a los hermanos, en ningún caso se obtienen los mismos resultados. Para que el niño se forme como sujeto es necesario que sea reconocido como tal y logre separarse del cuerpo de la madre, lo cual tiene que ser permitido y facilitado por ésta o por quien ejerza la función. La constitución subjetiva es un proceso de borde donde la falta y el deseo articulan posiciones estructurales. En correspondencia con estas premisas, la cristalización de una identidad propia que le permita al niño estar en el mundo no adviene sin la separación. El infante debe aparecer en el campo del Otro que es simbólico, y en el deseo de la madre como separado de ella, reconociéndolo en su existencia.

En el Seminario XI Lacan afirma que “lo que debe hacer como hombre o como mujer el ser humano, lo aprende por entero del Otro” (1995, p. 212). Ello adviene si el niño es tomado por un discurso que le dé un lugar separado de la madre en el que pueda iniciar un proceso identificatorio donde no hay dos iguales.

  • Autor: Lic. Rosana Alvarez Mullner

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1. Lacan, J. (1995), Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Seminario XI (1964), Buenos Aires, Paidós.
  2. Lacan, J. (1976), Lo no sabido que sabe de la una-equivocación se ampara en la morra, Seminario XXIV, Inédito.